En el mundo actual, es más que una evidencia el hecho de que nuestro sistema de producción es el primer culpable de la saturación que padece de nuestro planeta debido a la elevada contaminación y expulsión de gases nocivos, además de las elevadas pérdidas de bienes y energía que se desaprovechan durante todo el proceso. No solo de manera global, sino que la pérdida de capacidad productiva por el enorme deshecho de residuos a nivel particular también constituye otro problema serio.  



            

  Unos datos empíricos que reflejan a escala pequeña la gravedad de este fenómeno los obtenemos del Instituto Nacional Estadística de España. En los principales indicadores sobre residuos del año 2016 encontramos una tasa muy baja, e incluso en descenso, con respecto a la recogida por separado de ellos. A ello le podemos sumar, procedente desde los datos de suministro de energía de 2017, los residuos no renovables que emiten las industrias, un total de 260 ktep (miles de toneladas equivalentes de petróleo). Pero, para experimentar una solución debemos plantearnos la siguiente cuestión, ¿cuál es realmente el foco de este problema?    





    Una de las respuestas que podemos ofrecer es el mismo comportamiento humano. Padecemos la tendencia de lo que podemos denominar coloquialmente como “La filosofía de lo nuevo y lo bueno como análogos”. Nuestra mentalidad a la hora de consumir se centra más en el modo de obtener cualquier bien que las características de dicho bien. Nos inclinamos hacia lo rápido, barato y sencillo de conseguir, sin plantearnos en ningún momento el impacto que puede generar en el resto. Es cierto que la implantación de otro tipo de modelo de consumo, que no se corresponda con el deseo humano del “aquí y ahora”, corre cierto riesgo en la actualidad. Sin embargo, esto no debe dejar de incentivarnos a apostar por la investigación de nuevos esquemas. Es más, en contraposición a la corriente “Economía Lineal” basada en el desaprovecho de recursos, surge la innovadora Economía Circular.

 

        

    Tal y como su primer pensador narra en un artículo de la revista Nature1, su origen se remonta a la década de los 70 con el arquitecto Walter R.Stahel y Geneviéve Reday Mulvey. Partió de la idea de emplear el capital humano de forma predominante en lugar de otras fuentes de energía para sustituir la construcción de edificios completamente nuevos por la oportunidad de darles un nuevo uso a aquellos cuyos cimientos ya estaban situados. Y esta idea comenzó a aplicarse en todo tipo de bienes.  

    Este planteamiento es más profundo de lo que en un principio puede parecer. No consiste únicamente en el tradicional reciclaje que tanto se ha fomentado, sino que abarca más allá, defendiendo la implicación de todos los conformantes del ciclo circular de la renta para lograr que tenga éxito. Implica una serie de comportamientos como son maximizar el tiempo útil de los productos, apostar por la reparación de aquellos bienes en los que sea posible y reutilizar integrándolos en nuevos procesos productivos aquellos cuyo deterioro sea imposible de solucionar. No obstante, es esencial que los bienes estén dotados de una composición lo suficientemente adecuada para poder emplearlos de estas maneras y de forma rentable. Por lo tanto, uno de los presupuestos que se deben dar en este modelo es la mejora de la calidad de los productos. Aunque esto pueda implicar un aumento de los costes, es donde entraría en juego los efectos de los gobiernos.  

    Las políticas tributarias en el sector industrial y comercial tendrían que adaptarse para favorecer la adoptación de este modelo. Es más, sería indispensable una alta inversión en I+D y en estudios económicos para lograr magnificar sus efectos y su eficiencia. Sin embargo, la implicación de burocracia dificulta el paso a este nuevo patrón, ya que a su vez está seriamente condicionado por la opinión pública, principal defensora de la economía lineal y normalmente reacia a los cambios que puedan parecer en una primera instancia un impedimento a su propio beneficio. Es clave para lograr el éxito de este proyecto la concienciación ciudadana sobre la manera en la que repercutiría en sus beneficios, de tal magnitud que consiguiera alterar la tendencia individual de optar por nuestra cultura de la “impaciencia” y apostar por productos y acciones que aseguren un mayor grado de sostenibilidad en el medio ambiente.  

   Con la expansión de la globalización en los últimos años, su presencia ha ido incrementándose. China y Corea del Sur han sido los principales promotores de la construcción de parques industriales enfocados en este modelo.  Mientras tanto, el resto de las principales potencias van tomando conciencia mediante de la necesidad de abandonar poco a poco la cadena productiva actual mediante una mayor integración de legislación que incentive el uso de este modelo, beneficiando especialmente a aquellos que optan por él.